26.1.12

Margaret Thatcher ha regresado a la actualidad mundial.




Estos últimos tiempos Margaret Thatcher ha regresado a la actualidad mundial, por una parte por la película sobre su vida política y por otra porque su filosofía ultra liberal ha calado en los políticos de la derecha española y tanto CIU como el PP aplican sus premisas más básicas.

Decir que si un servicio público es deficitario debe cerrarse, es como decir que todos los ciudadanos no son iguales y no tienen los mismos derechos ante la administración.

En estos más de treinta años de democracia hemos vivido como nuestro país ha construido un tejido social y administrativo que ha permitido el crecimiento de una sociedad mucho más justa y responsable. El acceso a una educación pública de calidad, o un sistema de salud publico eficiente han generado grandes mejoras sociales.

La mejora en el sistema de pensiones abordada especialmente durante los gobiernos de izquierda han intentado dignificar la vejez y erradicar en algunos casos, una pensiones de miseria que sometían a nuestras ciudadanas y ciudadanos trabajadores a una vejez llena de pobreza y privaciones.

Los servicios públicos deben valorarse por su bien público y no por su cuenta de resultados, un servicio público está financiado por el dinero de las ciudadanas y ciudadanos, no por el dinero de un  gobierno, dado que este solo tiene delegada su gestión, no su propiedad.

Estas políticas ultra liberales son las generadoras de la situación actual, la eliminación de controles sobre la banca y los grandes monopolios han permitido la externalización de los beneficios y ahora la socialización de las pérdidas y al final siempre quiere que paguemos los mismos.

Tras la caída del llamado “Estado de Bienestar” (años 1980), en la era de Margaret Thatcher en Inglaterra, y de Ronald Reagan (en los Estados Unidos de Norteamérica), el mundo ha vuelto a mirar hacia el viejo liberalismo de Adam Smith, sin llegar a las exageraciones del liberalismo manchesteriano inglés. 

Más libertades para el mercado nacional e internacional, menos trabas de todo tipo, un menor Estado o menos intervencionista, globalización e internacionalización de la economía.

Un globo terráqueo es la representación cartográfica tridimensional de la esfera terrestre. Ofrece al observador una imagen con distancias iguales, áreas iguales y características angulares iguales, algo imposible de apreciar en un mapa bidimensional. El resultado es una imagen continua sin saltos ni brechas. 

Al alemán Martín Benhaim se atribuye el haber hecho el primer globo terráqueo moderno en 1492, coincidente con el viaje de Cristóbal Colón. El uso actual de la palabra “globalización” para designar el fenómeno de una economía mundializada refleja una concepción claramente liberal y capitalista.

Para los voceros y partidarios de este proceso, la mundialización es inevitable y el país que no entre al juego de esta ronda o rueda internacional va a quedar fuera, como un país paria y un seguro perdedor. Los países que se resistan a ser salvados por este nuevo mesianismo globalista, serán condenados al ostracismo o al infierno.

Para alcanzar el nirvana del libre mercado y disfrutar de los beneficios anunciados de la “mundialización” se recomiendan dos métodos, que pueden utilizarse por separado o simultáneamente. Las alusiones a casos recientes de países de América Latina son obvias.

1º La reducción del Estado como agente económico. Significa eliminar cualquier tipo de subsidio a la producción o al consumo, reducir al mínimo políticamente posible los gastos sociales en educación, salud, vivienda e infraestructura y, desde luego, entregar a la iniciativa privada - de preferencia extranjera- cualquier empresa productiva de propiedad pública o mixta. En consecuencia, el ideario de la privatización (considerada como la varita mágica para extender la economía de mercado) se ha transformado en parte esencial del dogma neo–liberal que estamos comentando.

2º La apertura de la economía nacional a la economía global. Este método, por el cual se nos abrirían las puertas al cielo, es la apertura total e irrestricta de las fronteras. Adiós aranceles, tarifas, cuotas, impuestos, medidas protectoras y otros mecanismos que puedan oler a nacionalismo o, peor todavía, a estatismo o socialismo. Con ello, se nos dice, nuestros países se harán más competitivos y eficientes, bajarán los costos y aumentarán los beneficios, lograremos exportar y conquistar mercados mundiales, aumentará el empleo, se acelerarán las tasas de crecimiento económico y el bienestar generalizado se extenderá como crema batida en un pastel.

Es un hecho objetivo y no una mera apreciación personal que los sistemas de economía de mercado que han terminado por imponerse prácticamente en todo el mundo, si bien se muestran eficientes para crear riqueza, son injustos para distribuirla. 

Sabemos bien que el mercado tiene sus leyes propias, totalmente desvinculadas de consideraciones de tipo ético, social y político. De hecho, el mercado es un campo de relaciones de poder en el que los poderosos ganan y los débiles pierden. ‘‘El mercado es cruel porque excluye a los que carecen de bienes materiales para participar en él, porque castiga a los que no están en condición de competir y porque generalmente favorece el triunfo de los más poderosos y los más audaces. No cabe discutir que para superar la pobreza es indispensable el crecimiento económico, lo que las economías de mercado logran hacer. Pero el crecimiento, siendo necesario, no es suficiente para eliminar la pobreza, y si no se complementa con políticas eficaces de desarrollo social, aumenta las desigualdades”

El mercado, dejado a su propia dinámica y a sus propias leyes, no es ni puede ser un justo y equitativo distribuidor de riqueza. El mercado no tiende a la justicia sino a la mera ganancia. Encarna un antivalor moral. Las tan cacareadas privatización, globalización, internacionalización, cifras de crecimiento macro-económico, por sí solas siempre serán selectivas y discriminatorias. 

Favorecerán al que ya tiene y desfavorecerán a los que no tienen. Favorecerán más a los que tienen más y favorecerán menos a los sectores marginales y a las regiones y países periféricos. Es decir, consagrarán la injusticia social.

La reciente etapa de “mundialización” o “internacionalización” no es, así, más que una faceta de la vieja dependencia de los países periféricos respecto de los grandes centros de poder económico mundial.

Sin recaer, ni mucho menos, en una apología de los pasados Estados paquidérmicos o elefantiacos, es decir, de los Estados omnipotentes o factotums, ante la nueva realidad de una hegemonía despótica del Mercado, tenemos que abogar por algo más de Estado.

El Estado no puede seguir perdiendo soberanía “por arriba”, ante la esfera internacional, ni “por abajo”, ante la sociedad mercantil interior.

Triste destino el de CIU y el PP por ser recordados en un futuro no muy lejano  como los esbirros de los grandes especuladores que generaron la destrucción de la sociedad tal y como la conocemos y la pérdida de los derechos y las esperanzas de varias generaciones.