El pensador liberal francés Alexis de Tocqueville constató
que la radicalización política no es tanto consecuencia de la ausencia de
reformas como de la frustración que resulta de la imposibilidad de satisfacer
las ilusiones despertadas por promesas imposibles de cumplir. En Catalunya,
este proceso se está dando a marchas forzadas, peligrosamente. No hace falta
ser un lince para darse cuenta de que la exigencia del concierto económico que
aprobó el Parlament es inviable, y que solo va a provocar un incremento de la
radicalización. Cada vez hay menos dudas de que este, y no otro, es el objetivo
de una iniciativa que el Govern de Artur Mas ha convertido en
su santo y seña. Todo ello le sirve, además, para excusar sus políticas de
recortes en educación y sanidad, mientras sí hay dinero para mantener los
conciertos de los centros elitistas y de los que segregan por sexo.
Lo sorprendente es el lío táctico que se ha hecho CiU estos
días, pues, a priori, se suponía que la propuesta de pacto fiscal era para
hallar acomodo en España, no para irse. Pues bien, está claro que no. Llevamos
dos semanas de calentón soberanista a cuenta de los preparativos de la Diada,
con declaraciones de consellers que animan a la gente a
manifestarse a favor de la secesión, dando ya por muerta la negociación con Rajoy.
No parece que este ambiente sea el más favorable para que Mas vaya
a Madrid a proponer nada. Eso es lo que pasa cuando se opta tan deliberadamente
por el fracaso: la radicalización se vuelve incontrolable.
Frente a lo imposible, es falso que no hubiera otra
alternativa. Catalunya debía haber abanderado, desde la unidad, la fórmula
federal alemana en materia de financiación. Pese a tanto pesimismo, no estamos
tan lejos. Si nos fijamos, tanto Madrid como Valencia o Baleares, destacados
feudos del PP, y con problemas de financiación parecidos o aún más graves que
Catalunya, apuntan en esa dirección. Mas tenía la oportunidad
de haber sumado tanto al PSC como al PPC, pero optó por la estrategia del
fracaso para, más pronto que tarde, convocar elecciones.
Lo grave es que, como la frustración se adivina de antemano,
se está generando un clima social de angustia, y se abre paso una especie de
independentismo seudorreligioso, según el cual todos los problemas se
arreglarán con la secesión, convertida en una pócima mágica para salir de la
crisis y acabar con todos nuestros males, sin reparar en nada más. Se agita un
ambiente irrespirable, profético, que convierte la independencia no solo en una
opción legítima sino en una certeza, en un karma que está al
llegar, inevitablemente, muy pronto, y que sucederá porque no puede no
acontecer.
A Mas, la estrategia del fracaso se le puede ir
de las manos y acabar ahogada en un grito de exasperación.
JOAQUIM COLL.
El Periódico, 24 de Agosto de 2012
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