El sociólogo polaco y premio Príncipe de Asturias Zygmunt
Bauman, célebre por su concepto de “modernidad líquida”, que define una
sociedad incierta, duda de la efectividad del 15-M para cambiar una España
donde los recortes solo harán «a los pobres más pobres».
Estos días participa en Benicàssim en el Sunsplash, un
festival de reggae que también debate sobre crisis y democracia.
Zygmunt Bauman: "A Wall Street le da igual que los
indignados ocupen plazas"
-En España, en los últimos tiempos, estamos viviendo
recortes en educación y en sanidad; se desmantelan las entidades sociales, las
prestaciones por desempleo y jubilación van a la baja... ¿Qué queda del Estado
del bienestar?
-España ha copiado el modelo de Estados Unidos. Cada vez los
pobres son más pobres y los ricos, más ricos. Las políticas de austeridad no
funcionan: solo harán que las desigualdades sociales aumenten exponencialmente.
-A cualquiera que tenga trabajo se le considera un
privilegiado, por muy precario que sea su empleo.
-Se ha cambiado al proletariado por una suerte de precariedado que
nos consume a todos. Entre la austeridad y la pérdida del empleo, la gente se
siente cada vez más humillada. Andamos sobre arenas movedizas: inculcando miedo
han conseguido que la solidaridad entre los trabajadores se diluya y fomentar
el individualismo.
-Dicen que los jóvenes españoles de hoy son la primera
generación que vivirá peor que sus padres. ¿Es una visión catastrofista?
-No lo creo. España está viviendo una catástrofe. Que haya
un 52% de desempleo juvenil es una cifra devastadora. La gente está sufriendo
mucho y lo peor es que se espera mucho más sufrimiento.
-Nos dicen que hay que adelgazar la Administración porque
el gasto público está disparado, que todos tenemos parte de culpa en esta
crisis, por haber vivido por encima de nuestras posibilidades. ¿Está de acuerdo
con esto?
-El capital nos ha dicho que la solución a los problemas es
incrementar el consumo. Tras el 11-S, el presidente George Bush dijo, primero a
los estadounidenses y luego al mundo: '¡Comprad, sed felices, ignoremos el
terrorismo!'. Se aparcaron los problemas y se fomentó todavía más el
individualismo. Así desapareció el apoyo mutuo y se dejaron de valorar las
relaciones personales. España también ha copiado ese modelo.
-Se habla de que las redes sociales han sido instrumentos
que han hecho posible la revolución social. ¿Cómo las ve usted?
-No veo la conexión entre la ira desatada en las redes
sociales, las comunidades de Facebook donde se discute, el tuit que se queja de
algo, el hecho de rellenar una petición on line... y una
acción real que pueda hacer cambiar las cosas. El problema radica en las bases
del sistema y para cambiar nuestras democracias necesitamos otras herramientas
que aún no tenemos. ¿Cómo traducir esta ira virtual en acciones efectivas?
Aunque internet es una herramienta muy útil, la única fuerza que la utiliza en
su beneficio son los gobiernos: controlan nuestros datos y pueden plantarse en
casa de alguien sospechoso de haber iniciado una revuelta -como ya ha pasado,
por cierto- para detenerlo.
-Hace unos meses dijo usted que el movimiento del 15-M es
emocional, que le falta pensamiento. ¿Sigue opinando lo mismo?
-Los periodistas hablan del movimiento de los indignados,
los sociólogos intentamos estudiar el fenómeno, todo el mundo habla de ello,
pero la realidad es que a Wall Street le da igual, le trae sin cuidado que los
indignados ocupen plazas, y los gobiernos no pierden votos por ello. El 15-M es
un síntoma de que se ha perdido la confianza en los gobiernos, pero no tenemos
una sola prueba de que gritar en la calle, todos juntos, tenga consecuencias
prácticas. Con estos gestos no afrontamos los problemas reales de la sociedad.
-Pero sí se ha visto cierta corriente solidaria surgida a
raíz de este movimiento.
-Es una solidaridad temporal. El movimiento de los
indignados es fruto de un mecanismo de corta y pega de la
movilización que surgió en Egipto, pero ninguna de las dos ha solucionado el
problema de la desigualdad social. En un primer asalto, todos están de acuerdo
en algo; derrocar a Mubarak. Pero ¿qué va a pasar ahora? En el caso de España:
catalanes, vascos, andaluces… ¿son capaces de unirse todos apartando sus
diferencias (de edad, religiosas, culturales, sociales, etcétera) para alcanzar
un objetivo común? Hay que encontrar alternativas y acabar con las acciones
ciegas.
-En septiembre los indignados quieren ocupar el Congreso
de los Diputados y exigir la dimisión del Gobierno. ¿Le parece acertada la
acción?
-No creo que nada cambie aunque cambie el Gobierno de
Madrid. En las últimas elecciones, los españoles no votaron contra la
socialdemocracia. Votaron a la oposición porque habían perdido la confianza en
su Gobierno. Aunque cambie el Gobierno, los estados-nación no disponen de
organismos que tengan la capacidad de acabar con las mafias que nos han llevado
hasta aquí. En España no hay ningún organismo de ese tipo. Hemos de ser capaces
de crearlos. Elegir un nuevo Gobierno no es la solución: hoy por hoy, somos
impotentes a la hora de tomar decisiones. Estamos en un momento de
incertidumbre, porque las fuentes del problema no están en la superficie.
-¿Cómo vamos a salir de esta?
-Hasta que no creemos esta superestructura, no vamos a ser
capaces de controlar todo esto. Quizá solo la solidaridad nos pueda salvar. La
avaricia de los ricos nos ha traído hasta aquí. Tenemos que aprender esa
lección y revisar los principios en los que está basada nuestra democracia; esa
es la clave, hay que mirar a nuestros cimientos y crear una identidad nueva. Y
hay que procurar por las clases más desfavorecidas, a las que hoy por hoy no se
les permite decidir.
Publicado en El Periódico de Catalunya. LAURA L. DAVID
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