Hoy preparando un ejercicio para la sesión del próximo
martes, releía diversos discursos del pasado que me parecen importantes. El discurso
de Charles de Gaulle "Llamamiento del 18 de Junio de 1940”, o el de J.F. Kennedy en Berlín el 11 de junio de 1963 y
tambien claro está el discurso de
Marthin Luther King durante la histórica Marcha sobre Washington D.C.
de 1963.
Pero entre todos ellos
me ha cautivado uno muy especial, el discurso de Mario Vargas
Llosa al recoger el Premio Nobel el 7 de Diciembre de 2010 y en el que se refería
de una manera muy clara al nacionalismo.
Comparto con vosotros dos breves fragmentos:
Detesto
toda forma de nacionalismo, ideología –o, más bien, religión– provinciana, de
corto vuelo, excluyente, que recorta el horizonte intelectual y disimula en su
seno prejuicios étnicos y racistas, pues convierte en valor supremo, en
privilegio moral y ontológico, la circunstancia fortuita del lugar de
nacimiento. Junto con la religión, el nacionalismo ha sido la causa de las
peores carnicerías de la historia, como las de las dos guerras mundiales y la
sangría actual del Medio Oriente.
No hay que
confundir el nacionalismo de orejeras y su rechazo del “otro”, siempre semilla
de violencia, con el patriotismo, sentimiento sano y generoso, de amor a la
tierra donde uno vio la luz, donde vivieron sus ancestros y se forjaron los
primeros sueños, paisaje familiar de geografías, seres queridos y ocurrencias
que se convierten en hitos de la memoria y escudos contra la soledad. La patria
no son las banderas ni los himnos, ni los discursos apodícticos sobre los
héroes emblemáticos, sino un puñado de lugares y personas que pueblan nuestros
recuerdos y los tiñen de melancolía, la sensación cálida de que, no importa
donde estemos, existe un hogar al que podemos volver.
Mario Vargas Llosa, 7 de Diciembre de
2010. © FUNDACIÓN NOBEL 2010
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